martes, 19 de junio de 2018

Numa Molina y la nueva iglesia


Cuando era niño el tema religioso era de fiel cumplimiento en mi casa. En Semana Santa era de recogimiento y de lectura de la biblia. Si íbamos a la playa, la sentencia religiosa, era que nos convertiríamos en peces. Había respeto hacia nuestros sacerdotes. Era la época del Padre Quinto Antonio Della Bianca, o el Padre Quinto como se conocía en Puerto La Cruz. O el padre Ramírez, un mejicano que cumplió su misión en la Iglesia de la Coromoto de Chuparín. Fui confirmado por Monseñor José Humberto Paparoni, el primer obispo de Barcelona.
Qué tiempos aquellos del catolicismo. Con un Francisco Wuytack, mejor conocido como el Padre de la Vega, sacerdote obrero que llegó a Venezuela, para recorrer los cerros de Caracas, para dignificar a los humildes, cuestión que no le gustó a Rafael Caldera y lo expulsó de Venezuela, por acompañar al pueblo para reclamar mejores condiciones de vida. Quizás, si Wuytack hubiese sido del Opus Dei, Caldera no toma esa decisión. Lo que pasa es que el padre Wuytack es ese sacerdote que menciona Alí Primera en aligerar la carga: Busca al cura de parroquia no busques al Cardenal. Por cierto, Numa Molina, sacerdote jesuita, párroco de la iglesia de San Francisco de Caracas, y merideño como el padre Gerardo Uzcátegui, párroco de Las Casitas de Barcelona, limpiabotas y pregonero en su niñez, son los padres Wuytack del siglo XXI.
Hoy nos identificamos con el padre Numa, por su posición frente a la Conferencia Episcopal Venezolana, convertida en franquicia, por tener un claro distanciamiento del pueblo, y convertida en vocero de los sectores más radicales de la oposición nacional. La jerarquía eclesiástica, representada por Baltazar Porras, firmante del decreto de Pedro Carmona, el mismo breve del Golpe de Estado del 11 de abril de 2002, ejerce acciones partidista creando diferencias entre el pueblo. Es el mismo club de Diego Padrón, Jorge Urosa Savino, Roberto Lückert, Ovidio Pérez Morales, que nada tienen que envidiarle a monseñor Narciso Coll y Pratt, el mismo que el jueves santo de marzo de 1812, exclamó que el terremoto que azotó a Caracas, era un castigo divino por atreverse los patriotas a oponerse al reino de España con “sacrílegas ideas independentistas”.
Pero, la Conferencia Episcopal Venezolana, no solamente genera diferencias entre el pueblo desde el punto de vista social, sino que ahora se ha convertido en promotores de santidad y beatificación. Hace casi 100 años, falleció José Gregorio Hernández, conocido como el médico de los pobres, y de mayor grado de veneración del pueblo humilde, con ciento de miles de milagros, que se han consignado y  registrado en El Vaticano desde hace 70 años, los cuales incluyen certificaciones médicos, no han servido para lograr la santidad de José Gregorio. Pero, cataplum, y que me perdone Dios si cometo pecado y sin desmeritar su trabajo advocativo. De la noche a la mañana apareció la Madre Carmen Rendiles, fundadora de la Congregación de Siervas de Jesús de Venezuela. Es decir, que la curia venezolana, ha dividido al país en sus creencias. Ahora los pudientes del Este de Caracas, tienen su santa, quien para más señas es tía de Gustavo Cisneros y pariente de Oswaldo y Carlos Zuloaga, familiares de María Corina Machado. Mientras que el único  milagro calificado por el CEV y El Vaticano para elevarla a la beatificación, fue concedido a Trinette de Branger. Por los apellidos los conoceréis. Mientras que el doctor Hernández, ha curado a Pérez, Martínez, García, Sánchez, es decir apellidos de la plebe, eso le importa poco a la Conferencia Episcopal. Como diría el profesor Lupa: Misterios de la ciencia. Quizás dentro de poco, tendremos la declaratoria de venerable a Eugenio Mendoza, Rómulo Betancourt, o cualquier otro que forme parte de la godarria nacional.



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