Cuando
era niño el tema religioso era de fiel cumplimiento en mi casa. En Semana Santa
era de recogimiento y de lectura de la biblia. Si íbamos a la playa, la
sentencia religiosa, era que nos convertiríamos en peces. Había respeto hacia
nuestros sacerdotes. Era la época del Padre Quinto Antonio Della Bianca, o el
Padre Quinto como se conocía en Puerto La Cruz. O el padre Ramírez, un mejicano
que cumplió su misión en la Iglesia de la Coromoto de Chuparín. Fui confirmado
por Monseñor José Humberto Paparoni, el primer obispo de Barcelona.
Qué
tiempos aquellos del catolicismo. Con un Francisco Wuytack, mejor conocido como
el Padre de la Vega, sacerdote obrero que llegó a Venezuela, para recorrer los
cerros de Caracas, para dignificar a los humildes, cuestión que no le gustó a
Rafael Caldera y lo expulsó de Venezuela, por acompañar al pueblo para reclamar
mejores condiciones de vida. Quizás, si Wuytack hubiese sido del Opus Dei, Caldera
no toma esa decisión. Lo que pasa es que el padre Wuytack es ese sacerdote que
menciona Alí Primera en aligerar la carga: Busca al cura de parroquia no busques
al Cardenal. Por cierto, Numa Molina, sacerdote jesuita, párroco de la iglesia
de San Francisco de Caracas, y merideño como el padre Gerardo Uzcátegui,
párroco de Las Casitas de Barcelona, limpiabotas y pregonero en su niñez, son
los padres Wuytack del siglo XXI.
Hoy
nos identificamos con el padre Numa, por su posición frente a la Conferencia
Episcopal Venezolana, convertida en franquicia, por tener un claro
distanciamiento del pueblo, y convertida en vocero de los sectores más
radicales de la oposición nacional. La jerarquía eclesiástica, representada por
Baltazar Porras, firmante del decreto de Pedro Carmona, el mismo breve del
Golpe de Estado del 11 de abril de 2002, ejerce acciones partidista creando
diferencias entre el pueblo. Es el mismo club de Diego Padrón, Jorge Urosa
Savino, Roberto Lückert, Ovidio Pérez Morales, que nada tienen que envidiarle a
monseñor Narciso Coll y Pratt, el mismo que el jueves santo de marzo de 1812,
exclamó que el terremoto que azotó a Caracas, era un castigo divino por
atreverse los patriotas a oponerse al reino de España con “sacrílegas ideas
independentistas”.
Pero,
la Conferencia Episcopal Venezolana, no solamente genera diferencias entre el
pueblo desde el punto de vista social, sino que ahora se ha convertido en promotores
de santidad y beatificación. Hace casi 100 años, falleció José Gregorio
Hernández, conocido como el médico de los pobres, y de mayor grado de veneración
del pueblo humilde, con ciento de miles de milagros, que se han consignado y registrado en El Vaticano desde hace 70 años,
los cuales incluyen certificaciones médicos, no han servido para lograr la
santidad de José Gregorio. Pero, cataplum, y que me perdone Dios si cometo
pecado y sin desmeritar su trabajo advocativo. De la noche a la mañana apareció
la Madre Carmen Rendiles, fundadora de la Congregación de Siervas de Jesús de
Venezuela. Es decir, que la curia venezolana, ha dividido al país en sus
creencias. Ahora los pudientes del Este de Caracas, tienen su santa, quien para
más señas es tía de Gustavo Cisneros y pariente de Oswaldo y Carlos Zuloaga,
familiares de María Corina Machado. Mientras que el único milagro calificado por el CEV y El Vaticano
para elevarla a la beatificación, fue concedido a Trinette de Branger. Por los
apellidos los conoceréis. Mientras que el doctor Hernández, ha curado a Pérez,
Martínez, García, Sánchez, es decir apellidos de la plebe, eso le importa poco
a la Conferencia Episcopal. Como diría el profesor Lupa: Misterios de la
ciencia. Quizás dentro de poco, tendremos la declaratoria de venerable a
Eugenio Mendoza, Rómulo Betancourt, o cualquier otro que forme parte de la
godarria nacional.
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