Nació en Caracas el
24 de julio de 1783. Sus padres, Juan Vicente murió de tuberculosis en 1786; su
madre Concepción Palacios, falleció en 1792 de tisis. María Teresa del Toro, su
esposa murió en 1803 de paludismo. No bebía licores fuertes, tomaba vino seco
en pocas cantidades.
Del Libertador
Simón Bolívar mucho se ha escrito, desde su
genio militar, pasando por su
condición de estadista y otros misterios que lo han convertido en líder universal al conducir una empresa tan
importante para los pueblos: La
libertad.
Sin embargo,
nunca se ha dado a conocer las circunstancias que rodearon su enfermedad que finalmente lo llevó a la
muerte el 17 de diciembre de 1830, cuando expiró a las 1:07 de la tarde, de
cuya fecha hoy se conmemoran 188 años.
Pero aún hay
más, a Bolívar lo han mostrado a lo largo de los años con un extraordinario
físico, producto de las deformaciones que los pintores de la patria han hecho
de su imagen un intento de robustecer su fisonomía para convertirlo en un mito
vaciado en el frío mármol que inertemente adornan las plazas no solo de
Venezuela, sino de otros confines.
Rasgos físicos
--¿General, por qué
los artistas lo pintan, dibujan o esculpen como algo inalcanzable?
-- Debe ser la grandilocuencia de quienes han ordenado
hacer pinturas o estatuas para convertirme en un personaje parecido a los
dioses del Olimpo, para implantar un culto a la personalidad. Siempre rechacé
ese tipo de mitomanía. Ni soy Zeus, ni tampoco Nerón que hizo construir
colosales estatuas para que le cantaran a su divinidad.
-- ¿Era alto
como lo vemos en algunas obras?
-- Para el siglo
XIX, la estatura media del hombre era de
un metro 70 centímetros. Mi tamaño solo
llegó a 1.62 y pesaba un poco más de 50
kilos. Desde niño presenté algunos problemas de salud. A los siete años tuve
una infección tuberculosa.
-- ¿General Bolívar puede describirse?
-- Algunos de
mis cercanos colaboradores me describen en sus escritos. Por ejemplo el coronel
Luis Peru de Lacroix, quien fue mi edecán en
1828, hace en su obra Diario de
Bucaramanga, la descripción más
cercana a la verdad, cuando
contaba 45 años de edad. Siempre fui
delgado, con el pelo ensortijado.
Rechazo a las medicinas
El General Simón Bolívar siempre rehuyó consultarse con
los médicos para mitigar sus quebrantos de salud, a pesar de que el ejército
Libertador contaba con buenos médicos: “Los remedios de botica en lugar de
mejorar lo que hacen es acelerar los síntomas de la fatiga”.
--Algunos
historiadores señalan que usted rehusaba someterse a chequeos médicos. ¿Es
cierto?
-- Mi apego a la
independencia no me daba tiempo para pensar en mi salud. Lo más importante era
la libertad, para que naciera sana, y
todos los pueblos de América crecieran sin trastornos bajo los signos de
la independencia.
El Padre de la
Patria contó que el doctor Charles Moore, médico de la Legión Británica, casi lo obligaba a tomar medicinas: “Sabiendo
que yo no quiero drogas de boticas. Ellos son como los obispos; aquellos
siempre recetando y los curas echando bendiciones”.
Primero libertad
El Padre de seis
naciones, que incluye a Panamá con el Congreso Anfictiónico, contó que en junio
de 1822, luego de la batalla de Pichincha, a su entrada a Quito, cuando inició
sus amoríos con Manuela Sáenz, estaba en la primera fase de la tuberculosis.
Pero en 1824, en Pativilca, la situación
empeoró: “Estuve ocho días postrado, con fiebre, tos, vómitos, escalofríos,
cólicos y sudores fríos”.
--¿Cumplió con la recomendación médica?
-- Luego de ese reposo retomé mis acciones
militares. De Guayaquil a Trujillo me encontré con el General Córdoba, quien me
dijo que me veía muy viejo, a pesar de mis 41 años. Me había quitado los
bigotes. Me sentía muy débil, pero mi norte era triunfar sobre las fuerzas
españolas que tenían sometida a la América.
-- ¿Su paso por Los Andes, primero por El Pisba y
luego por Pasco no contribuyeron a que desmejorara físicamente?
-- Fueron altitudes
por encima de los 3 mil metros sobre el nivel del mar. En la batalla de Junín
no podía desfallecer, por lo tanto debía continuar con la empresa de la
independencia y consolidar mi obra política.
--Sin embargo, sus
opositores, luego de la instalación de la Convención de Ocaña, en 1828, lo
acusaron de dictador.-
-- El partido del
General Francisco Santander desconoció los resultados de la convención.
Incluso, el 25 de septiembre de 1828 atentaron contra mi vida. Gracias a
Manuelita pude escapar, pero esa noche llovía copiosamente, Tuve que esconderme
debajo del puente El Carmen de Bogotá.
Eso me causó graves estragos en mi salud.
--Los sucesos,
luego de la disolución de La Gran Colombia, produjo la sedición de militares comprometidos con la causa de
independencia. ¿Páez y el mismo Santander fueron los autores de ese hecho
político?
--No quiero hablar
de eso. Que sea la misma historia que se encargue de juzgarlo. En vida cumplí
lo que me asignó la Providencia. Vivimos las circunstancias de una época. Los
momentos políticos que nos llevó a cumplir son hechos demostrables, a pesar de
que algunos historiadores hicieron de la gesta una interpretación de acuerdo a
sus conveniencias.
Últimos días
El Genio de América
en enero de 1830 solicitó separarse del Congreso Constituyente, por problemas
de salud, quedando encargado el general Domingo Caycedo, y posteriormente Joaquín Mosquera.
A las seis de la
mañana del 8 de mayo de ese año, parte de Santa Fe de Bogotá, bajo una pertinaz
lluvia, con rumbo a Cartagena. Se despidió de Manuela Sáenz: “Nunca más nos
vimos”, resaltó con tristeza el Libertador.
En junio se enteró
del asesinato del Gran Mariscal Antonio José de Sucre, y en julio sobre la
disolución de la Gran Colombia: “Esos dos hechos dejaron en mí un gran dolor.
Primero porque Antonio José fue el hijo que nunca tuve. Mientras que la
separación de Venezuela y Colombia enterraban los sueños de la unidad”.
El primero de
diciembre de 1830, embarca para Santa Marta, no soportó la travesía, situación
que fue palpada por el médico Alejandro Próspero Reverand, al diagnosticar
languidez en el cuello, contracción de pecho y amarillez del rostro.
El 6 fue trasladado
a la quinta San Pedro Alejandrino, contó el Libertador, donde pasó la primera
noche con mucha tranquilidad: “Tan es así que recorrí los trapiches de la
hacienda. El día 10 dicté mi testamento y una proclama a los colombianos”,
recordó.
--¿Ante tantos dolores y quebrantos como logró
escribir esos documentos?
-- Don Joaquín de
Mier puso a mi disposición a José Catalino Noguera, a quien dicté mi proclama,
que para la historia fue la última y el testamento que refleja lo que fui y lo
que sigo siendo.
Más de allí, señaló,
no recuerdo, todo quedó en manos de
Alejandro Próspero Reverand, quien detalló todo lo ocurrido después: “El
día 12 comencé a presentar confusión mental”.
Ultimos días
de Bolívar
Diciembre 15: Persiste estuporoso,
balbucea, muy poca comida, confuso, hipo, extremidades frías, confuso,
“desvaría continuamente”, balbucea, escaso alimento.
Diciembre 16: Peor, en anuria, postrado,
confuso, sigue delirando con disnea y pulso débil.
Diciembre 17: Facies hipocrática,
estuporoso, respiración anhelosa. A las 12 m
ronquido y expira a la 1: 07
pm.
Autopsia del Libertador
“El 17 de diciembre de 1.830, a las 4 de
la tarde, en presencia de los señores generales beneméritos
Mariano Montilla y José Laurencio Silva,
habiéndose hecho la inspección del cadáver en
una de las salas de habitación de San
Pedro, en donde falleció S.E. el General Bolívar, es fácil reconocer que la enfermedad de que
ha muerto S.E. el Libertador era en su principio un catarro pulmonar, que
habiendo sido descuidado pasó al estado crónico y consecutivamente degeneró en
tisis tuberculosa.
San Pedro, Diciembre 17 de 1.830, a las
ocho de la noche. Alejandro Próspero Reverend”
Radiografía
Estatura mediana, cuerpo delgado y flaco, brazos, muslos y piernas descarnadas.
Cabeza larga, ancha en la parte superior de una sien
al otro, y muy afilada en la parte inferior.
Frente grande, descubierta cilindrica y surcada de
arrugas.
Pelo crespo, erizado, abundante y mezclado con canas.
Ojos hondos, ni chicos ni grandes; cejas espesas,
separadas, pocas arqueadas; mas canosas que el pelo de la cabeza.
Nariz proporcionada, aguileña y regularmente
planteada.
Pómulos agudos y
mejillas chupadas en la parte inferior.
Boca algo
grande y saliente el labio inferior; dientes blancos.
Barbilla algo
larga y afilada.
Color de la cara tostada.
Cuerpo ordinario.
(Tomado
del Diario de Bucaramanga, autor Cnel. Luis Peru de Lacroix, 1828)
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